Francisco da Silva es el protagonista de dos novelas históricas: La Gesta del Marrano (1991) del escritor argentino Marcos Aguinis, y Camisa Limpia (1989), del chileno Guillermo Blanco.
Francisco Maldonado da Silva, mártir del judaísmo y de la
libertad
Nada sabía de Francisco Maldonado da Silva hasta que hace
poco mi amiga Simy Benarroch, me recomendó la lectura de una obra de Marcos Aguinis,
La gesta del marrano. No se trata de una novedad editorial, pues he de admitir
no sin vergüenza que se lanzó al mundo hace ya veinte años, y que durante todo
este tiempo no había despertado mi curiosidad. Tenía, eso sí, alguna vaga
referencia del autor, lo justo para poder decir que había oído hablar de él,
pero mis inquietudes y el azar me habían conducido por otros caminos. Por eso,
el hallazgo tiene para mí el carácter de un descubrimiento. No es mi intención
detenerme en elogiar la brillantez de un estilo que hace la lectura amena y por
momentos trepidante, sino referirme a la caracterización psicológica de unos
personajes forzados a un constante disimulo, a una ocultación sistemática de su
identidad; y también a la de quienes los vigilan, expertos en la percepción de
cualquier signo delator. Unos y otros se mueven en una sociedad enferma, en la
que pocas cosas son lo que parecen y en la que todos deben guardarse del
vecino; en la que, sea por el afán de protegerlos o por el miedo a la traición,
nadie confía en la esposa o el hermano.
Vengamos antes a los hechos escuetos. Francisco Maldonado da
Silva, cuyo proceso aparece recogido por José Toribio Medina en Historia del
Santo Oficio de la Inquisición en Chile1, fue un médico judío de origen portugués
nacido en Tucumán en 1592 y quemado vivo en el auto de fe celebrado en Lima en
1639. Dicho así, su historia, aunque trágica, diríase vulgar. Su suerte fue
compartida por otros muchos cuya memoria se ha perdido. Al fin y al cabo, cómo
recordar a tantas víctimas. No son en todo caso otra cosa que un guarismo en
una estadística. Es preciso que demos un paso más, que entendamos que una
víctma no es un número, ni siquiera un nombre, sino un ser humano que amó y
sufrió, que tuvo familia y amigos, que pudo sentirse querido o abandonado, que
las dudas y el miedo conmovieron su espíritu, y se debatió entre el heroísmo y
la cobardía en una lucha agónica durante noches eternas.
Nos preguntamos entonces qué hay de singular en Francisco
Maldonado da Silva. Quizá el hecho de que se han conservado suficientes
documentos como para reconstruir su vida de una manera convincente, y es esta
la tarea que afronta con indudable éxito Marcos Aguinis. Su mano nos guía por
la evolución espiritual del personaje, desde la infancia, esa edad feliz en que
nada parece separarle de sus vecinos cristianos viejos, hasta la inesperada y
terrible irrupción de la Inquisición, que le arrebata uno tras otro a todos sus
familiares, padre y hermano, condenados, la madre, prematuramente muerta por el
desconsuelo, y las hermanas confinadas en un monasterio. Es entonces cuando
Francisco de la manera más brutal experimenta la sensación de ser distinto, de
estar marcado irremisiblemente por su origen, al igual que los negros e indios
humillados por los conquistadores. Pero aún habrá de pasar un largo tiempo de
aprendizaje hasta que descubra los motivos que le han privado de la familia,
que lo han empujado a la triste soledad de un convento en el que, sorteando
toda clase de dificultades encuentra el modo de leer la Torá, el Antiguo
Testamento, y profundizar en su estudio.
Durante años se comporta como un cristiano ejemplar, pero en
su interior, lejos de toda mirada, queda el recuerdo de la conversación
sorprendida entre su padre y su hermano mayor, esa en que aquel se descubrió
como judío y rezó la Shemá. Apenas unas palabras entreoídas al término de la
niñez, pero que quedan grabadas en el alma. Como tantos judíos calla, no puede
permitir que nada en su exterior trasluzca su pertenencia al pueblo de Israel,
pues eso supondría el tormento y probablemente la muerte. Continúa, pues, su
formación en latín, en teología y, finalmente, en medicina, la profesión de su
padre y también la de Maimónides.
Los azares del destino lo llevan a reencontrarse en Lima con
su padre, el doctor Diego Núñez Da Silva, un hombre quebrantado por la prisión
y la tortura, cubierto por el infamante sambenito y abrumado, algo que
Francisco pronto barrunta, por no haber tenido fuerza suficiente para callar
los nombres de otros judaizantes; pero todavía un buen médico y, sobre todo, un
judío capaz de enseñarle no solo los secretos del oficio, sino también la
devoción al Señor, la promesa hecha a Abraham y la alianza establecida con el
pueblo de Israel.
Francisco, ya plenamente consciente de su judaísmo, marcha,
tras la muerte de su padre a Santiago de Chile. Sabe que allí no hay ningún
médico titulado y eso le abre buenas perspectivas profesionales, pero además,
se aleja de Lima, donde su origen es bien conocido. Como tantos otros de su
condición, lleva una vida escindida. Exteriormente se comporta como un católico
devoto, pero halla la manera de observar el shabat y las festividades judías de
manera oculta, siempre con el temor de ser descubierto. Durante años le
obsesiona el Scrutinio scipturarum en que el converso Pablo de Santa María,
intenta demostrar el error del judaísmo. Gracias al estudio de la Torá descubre
la falsedad de los argumentos del antiguo rabino, lo que fortalece su identidad
y le lleva incluso a circuncidarse por su propia mano.
Francisco sabe que su destino pende de hilos extremadamente
frágiles. No obstante, no puede sospechar el modo en que sus propias decisiones
van a conducirle a la ruina o, si nos situamos en otro plano, a la gloria. El
ansia de reunir a la familia, le hace llamar a Santiago a sus hermanas y,
convencido de que ellas también han de reconocerse como parte de Israel,
termina por confiarles todo lo que durante tanto tiempo ha mantenido en
secreto. No cuenta con su reacción horrorizada tras la educación recibida de
las monjas y mucho menos imagina que le delaten, como hacen, a la Inquisición.
Pero el efecto de la prisión es sorprendente, incluso
paradójico. Una vez encerrado el cuerpo, se diría que el alma queda libre, ya
no siente la necesidad de esconderse. Para sorpresa de los inquisidores,
Francisco no rehúye las acusaciones, sino que afirma orgulloso su condición de
judío. Con inusitada firmeza defiende la ley de Moisés frente a quienes la
proclaman caduca, y llega a confundirlos gracias a la fortaleza de unos
argumentos apoyados en un profundo conocimiento del Tanaj y del Evangelio. Durante doce años permanecerá encarcelado en Lima sin que de sus labios salga
una sola palabra que pueda comprometer a otros judíos. Recibe incluso un trato
excepcional, pues su actitud desconcierta de tal modo a sus perseguidores, que
estos llaman a eminetes teólogos a fin de que convezan a ese judío
recalcitrante y obstinado de la verdad del cristianismo. En varias reuniones,
Francisco tiene la posibilidad de debatir sobre la Escritura, en lo que se
antoja un remedo invertido del Scrutinio scripturarum. Ahora , demacrado y
cubierto de grilletes, sabedor del final que le espera, puede mostrar ante unos
hombres doctos las falacias de Pablo de Santa María. No convence, claro está, a
los teólogos, aunque a algunos los conmueve con su tenacidad y sabiduría. Llega
un momento en que ya no ordenan, sino imploran una palabra de arrepentimiento,
un signo que les permita librar de la muerte a un hombre que reconocen como
excepcional, pero Francisco ha elegido ser fiel a la ley de Moisés y nada puede
doblegar su conciencia. Muere finalmente en la hoguera, junto a otros nueve
condenados, en Lima el veintitrés de enero de 1639.
fuente:
Camisa limpia - Guillermo Blanco (1926-2010)
Esta novela se basó en la historia del médico judío
Francisco Maldonado de Silva (1592-1639), que residió en Concepción (Chile), en
el siglo XVII. Para escribirla, Guillermo Blanco utilizó las crónicas de José
Toribio Medina, con el fin de retratar el conflicto del médico, quien al
negarse a convertirse al catolicismo, tal como lo exigía el Tribunal del Santo
Oficio (la Inquisición), fue quemado en la hoguera en 1639, luego de haber
permanecido 13 años prisionero en la cárcel de la Inquisición en Lima.
Camisa limpia, publicada en un momento particular y
conflictivo de nuestra historia, se instaló como un texto de proclamación de la
libertad: "conocida la posición de Blanco en torno a la libertad y
especialmente de la de expresión, el relato se transformó en un icono en torno
al tema. La novela, por otra parte, recogió una de las técnicas del programa
narrativo de la desacralización (Promis), esto es, la estrategia del disimulo
como una forma de eludir el presente histórico mediante el enmascaramiento del
referente inmediato" (Eddie Morales. "Guillermo Blanco, un escritor
imprescindible" (http://www.upa.cl/publicaciones/2004/BLANCO.pdf).